
Ilustración: Madame-Kikue
En un precioso pueblo llamado Vallfogona, vivió, hace ya bastante tiempo, un rector que se hizo famoso en el mundo entero gracias a los muchos libros que escribió.
Sobre el Rector de Vallfogona se cuentan muchas historias, algunas ciertas, otras no tanto. La que os vamos a referir a continuación ocurrió sin lugar a dudas. Y podemos aseguraros que es cierta y muy cierta porque ha llegado hasta nosotros de boca de uno de los testigos de lo que ocurrió aquel día: la mismísima cocinera del señor rector. Quizá la conozcáis, porque ahora elabora magníficas recetas en una de las principales cocinas de Isla Imaginada… Pues bien, esto fue lo que ella nos contó…
El señor rector era un hombre jovial y alegre; siempre estaba de muy buen humor. Su alegría era casi tan grande como su apetito, porque tanto o más que reír, le gustaba comer bien. Su plato preferido, el que siempre estaba dispuesto a degustar fuera para desayunar, comer, cenar, merendar o picar entre horas consistía en un par de perdices guisadas, que acompañaba de un buen trozo de pan, con el que rebañaba la salsa hasta dejar el plato más limpio que recién lavado.
Cuando sabía que había perdices para comer, se sentaba a la mesa, cogía su cuchillo y su tenedor y exclamaba feliz: «¡Y ahora me comeré un buen par!», refiriéndose a las perdices en salsa que la cocinera, la mejor de la comarca, cocinaba para él.
En la parroquia vivía también un monaguillo, que lo ayudaba en las obligaciones de la iglesia, un jovencito muy espabilado, aunque bastante travieso y también muy comilón, con el que había topado un día en un camino. El párroco, que aquel día se trasladaba en burro a un pueblo cercano, refrenó su montura y le preguntó:
—¿De dónde vienes?, ¿Adónde vas? ¿Cómo te llamas? ¿Con quién estás?
A lo que el niño, sin perder ni un segundo, respondió:
—De Tárrega vengo. A Verdú voy. Mi nombre es Pedro. Solo y triste estoy.
Sorprendido por su inteligente y rápida respuesta y al saber que el niño no tenía a nadie en el mundo, el buen rector decidió adoptarlo y enseñarle el oficio de sacristán.
Así vivían felizmente los tres hasta que, cierto día, el rector recibió una carta en la que se le anunciaba que el domingo siguiente el mismísimo obispo en persona visitaría la parroquia de Vallfogona, asistiría a la celebración de la misa y, seguidamente, les haría el grandísimo honor de quedarse a comer.
Imaginad los nervios del pobre rector ante una vista de tamaña importancia. Enseguida dio órdenes a la cocinera para que lo preparara todo a fin de agasajar debidamente a tan egregio personaje.
—Compra cuatro perdices bien hermosas y prepáralas en salsa… ¡Todo debe quedar perfecto! ¡No me falles!
—No se preocupe, señor rector. Todo saldrá a pedir de boca —aseguró la cocinera.
La buena mujer se proveyó de todo lo necesario y el domingo, muy de mañana, se puso manos a la obra.
Poco a poco, el aroma de su guiso se fue extendiendo por todos los rincones y hasta a los ángeles pintados en las paredes de la iglesia se les hacía la boca agua.
Ya cerca del mediodía, puntual a su cita, llegó el obispo y se dirigió a la Iglesia. El monaguillo debía recibirlo, pero antes, sin poder resistir aquel olorcillo que parecía que lo llamaba desde la cocina, hizo una visita a la cocinera:
—Cierto que las tuyas son las mejores perdices en salsa del mundo… pero hoy… hoy no sé yo si te habrán quedado tan bien como siempre… huelen bien… pero… no sé…
—¡¿Qué me dices?! —se alarmó la cocinera.
—Tranquila, las probaré ahora mismo a ver qué tal saben…
—¡Sí, por favor! ¡Pruébalas!
Dicho y hecho. El monaguillo probó un poco de una de las perdices y mojó pan en la salsa. Y luego probó otro poco y otro poco… Y, en un momento de descuido de la cocinera, se zampó las cuatro enteras. ¡En el plato quedaron únicamente los huesos!
—Pero, ¿qué es lo que has hecho? ¡Tunante! ¡Glotón! ¡Zampabollos! —se lamentaba la cocinera— Te he dicho que las probaras, no que acabaras con ellas. ¡Si me descuido te comes hasta los huesos! ¡Qué disgusto!
—¡Lo siento! ¡Lo siento de verdad! Pero es que estaban tan deliciosas…
—¿Qué hago yo ahora? ¿Qué dirá el señor rector? Esta mañana ha visto cómo las preparaba…
La cara del monaguillo se iluminó de repente:
—¡No te preocupes! Yo lo he estropeado y yo lo arreglaré. ¡Déjalo de mi cuenta!
Y se marchó corriendo a reunirse con el obispo, que ya lo esperaba en la sacristía.
—Buenos días, Excelencia Reverendísima —saludó educadamente el monaguillo—. Es un honor su visita, espero que transcurra plácidamente y que no tengamos problemas…
—¿Problemas? ¿Por qué habríamos de tener problemas?
—Bueno… Me gustaría advertirlo, para que no se extrañe si ocurre, de que todo y que el señor rector es una excelente persona y un hombre bueno e inteligente, a veces… a veces le dan unos ataques… extraños… y, entonces, tenemos problemas…
—¿Ataques extraños?, ¿qué quieres decir? —preguntó intrigado el obispo— ¿Qué le pasa? ¿Qué hace?
—Normalmente no hace nada, pero, en ocasiones, se obsesiona un poco y no para hasta que consigue cortarles las orejas a sus invitados…
—¿Cómo? ¿¡Las orejas de sus invitados?!
—¡Pero usted no sufra!, porque se nota cuando le da el ataque. Si usted ve que coge el cuchillo y el tenedor y grita muy fuerte: «¡Y ahora me comeré un buen par!», le aconsejo que se proteja las orejas y que empiece a correr sin detenerse.
El obispo estuvo durante toda la misa observando al rector y al ver que se comportaba normalmente, se fue tranquilizando.
Al acabar la ceremonia, se dirigieron juntos, rector y obispo, hablando jovialmente hacia el comedor, donde la mesa ya estaba puesta. Tomaron asiento, uno frente al otro al otro y fue entonces, cuando cogiendo el tenedor y el cuchillo el rector exclamó:
—¡Y ahora me comeré un buen par!
Al oír aquello, el obispo saltó de su silla, se tapó las orejas y empezó a correr como alma que lleva el diablo.
Justo en el mismo momento, el monaguillo entró en el comedor exclamando:
—¡Señor rector! ¡Señor rector! ¡El obispo ha robado las perdices!
—Pero, ¿qué me estas contando? ¡Que me las devuelva ahora mismo!
Y aún con el cuchillo y el tenedor en sus manos, salió en persecución del fugitivo gritando:
—¡Señor obispo! ¡Señor obispo! ¡No huya! ¡Vuelva aquí!, ¡al menos deme una!
A lo que el obispo, sin parar de correr, respondió aterrorizado:
—¡¡Ni una ni ninguna!! ¡¡Ni una ni ninguna!!
Y esta es la verdadera historia de cómo el monaguillo y la cocinera se libraron aquel día de una buena reprimenda.
FIN
jajajaj sin duda alguna el muchacho es listo y avispado pero si soy su madre, le pongo el culo como un tomate jajaja.
😀 😀 😀 Por enteradillo y por ponerte en un aprieto.
Muy bonito cuento, como todos tus cuentos, llenos de creatividad e ingenio, el aroma delicioso de esas perdices, llegaron hasta mis sentidos.
🙂 Me alegra que la versión de este cuento popular te haya gustado y aún me gusta más que te haya alimentado en todos los sentidos 😀
¡Un abrazo y gracias por comentar!
Divertido, ingenioso y corto, lo que habla de tu habilidosa habilidad para escribir, la inteligencia para desarrollar tramas en pocas palabras y el humor que es producto únicamente de mentes con IQ por arriba de los demás mortales. Lo paso a distribuir entre mis muy selectos e inteligentes contactos
¡Gracias por hacer volar los cuentos y muchísimas gracias por las palabras que me dedicas!
Quiero aclararte, no obstante, que, en este caso, el texto es solo una adaptación de un antiguo cuento, cuya historia puedes encontrar en el apartado «¿Quién ha escrito y quién ha ilustrado este cuento?» que cada semana incluyo al final del relato.
¡Un gran abrazo!
El ingenio es un aditivo importante de la inteligencia. Me ha encantado.
🙂 Sin duda, Felicitas. El ingenio es primo hermano de la imaginación, que nos hace ir más allá y, por eso, nos hace un poco más inteligentes 😉
¡Un abrazo!
Un cuento muy divertido!!! A veces el ingenio nos saca de más de un apuro. Está claro! Me encanta ese monaguillo.
Besetes, Nona.
Me alegra que hayas pasado un buen rato leyéndolo 😉
¡Un abrazo, María!
Una historia deliciosa 😀 Gracias por el cuento
🙂 A ti por leerlo y comentar. Me alegra que te haya gustado.
¡Un abrazo!
😀 abrazoos
¡Qué rico! ¿¿Tienes la receta en el blog??
El jengibre seguro que le da un gusto muy especial al pollo 🙂
¡Qué cuento más divertido! Además, con la descripción que has hecho de las perdices guisadas, me ha dado un hambre… ¡no me extraña que el monaguillo se las comiera todas!
😀 😀 😀 😀 Tal vez deberías incluir una receta de perdices en tu blog 😉
Me alegra que el cuento te haya hecho reír.
¡Un abrazo!
jajajaa, que tunante el monaguillo! 😀
😀 😀 😀 😀 Está hecho una buena pieza. Y es que cuando hay buena cocina por medio, parece que el ingenio se afina.
¡Qué pillo el monaguillo! Muy divertido el cuento. =)
😉 Yo imaginaba al pobre obispo corriendo y me reía sola 😀 😀 😀
Me alegra que os haya gustado.
Un abrazo.
Me entancan las historias picarescas como ésta, siempre me sorprenden y me hacen reir, feliz día guapa 🙂
😀 😀 😀 ¿No será que te gusta más porque sale una receta? 😉
Por cierto, aunque yo no llego a guisos como el del cuento, hice el pollo a la cerveza de tu «Menú 1» y me quedó de lujo. ¡Rico, rico!
Feliz día, Maribel.
jejeje, es que tus cuentos siempre vienen muy completos para leer y para comer ñam ñam.
Me alegro que te gustara biennnn,,,,, feliz fin de semana guapa 🙂
¡Igualmente, Maribel! Un abrazo.
Me parto con el cuento lo he leído entre risas. Pero el peque estaba tan agotado que se ha dormido a mitad… Mañana otro intento. Besitos
😀 😀 😀 ¡Eso quería, que os rierais! A ver si así el niño se olvida del señor Conejo y su forma rara de hablar 😀 😀 😀 😀
Buena estrategia para salir ilesos jajaja. Por muchos años que pasen los humanos seguimos culpando a los demás para quitarnos los marrones de encima ¿verdad? ¡Cuánta realidad hay en los cuentos! Un beso Nona.
Pues sí, Carmen, desde pequeños intentamos librarnos del castigo si hacemos alguna barrabasada. Yo no soy la excepción, siempre le echaba la culpa a mis hermanas mayores …¡Y funcionaba! 😀 😀 😀 😀
Es realmente genial y divertido el cuento, Nona, sea real, imaginado, o ambas cosas a la vez. El niño tiene el perfil del pícaro más pícaro, más que el «rector» al que ya le imagino con su barrigón (je, je…).
Yo disiento de los gustos sobre las perdices, guisadas, escabechadas o ahumadas. A mi las perdices me vuelven loca verlas corretear por el campo, y su elegante porte cuando se detienen y te observan. El macho es un bellezón, ahora se estará poniendo más guapo todavía pues toca tontear con las hembras, mucho más discretas.
Gracias por esta hermosa sonrisa del martes.
Un fuerte abrazo.
🙂 Yo he de decir que tampoco soy muy de comer perdices, aunque me gustan al final de los cuentos 😀 😀 😀 Sin duda, las perdices son preciosas.
Este cuento siempre me ha hecho reír, me gusta el malentendido y la forma inteligente del monaguillo de liar a todo el mundo.
Un abrazo bien grande, Isabel.
Bueno, se pueden sacar varias lecturas de este cuento tan simpático. Me hiciste sonreír porque me encantan las perdices guisadas y todavía más escabechadas y claro, la buena mesa, pero me resultó muy interesante el sacristán y en él me he fijado para escribir este sonetillo, deseo que sea de tu agrado y como premio a tu excelente trabajo. Mi abrazo fuerte.
Con las perdices guisadas
un buen pan y mejor vino,
pudo olvidar su camino
Pedrito, en su encrucijada.
Las aves ya cocinadas
el deseo clandestino
de aquel olor repentino,
el sacristán se embriagaba…
Su apetito fue veraz
y nada estaba previsto
de lo que Pedro es capaz
¿Quién domina lo imprevisto
o quién detiene al rapaz?
¡Ay! el instinto es muy listo.
Julie Sopetrán
Fantástica, como siempre, Julie. Gracias por este complemento poético.
Un abrazo.
¡¡Me encantan tus premios poéticos, Julie!!
Es un regalo que espero ilusionada cada martes. Me admira tu capacidad de crear poemas a partir de los cuentos.
Si ya con los cuentos me siento como una niña, tú consigues que lo sea un poco más al esperar cada martes que de tu sombrero mágico salga una nueva poesía 🙂
Gracias, amiga mía, por renovar la magia cada martes.
Gracias a ti, por darnos la capacidad de soñar… de crear… Sabes que la magia siempre es del cuento, lo demás se da por añadidura. :))) Mi abrazo.
🙂 ¡Feliz viernes, Julie!
Mira que era iluso el pobre obispo!!! Jaja….divertido cuento el de hoy. Muchas gracias por alegrarnos las pajaritas en un día gris. Ahhhh y despertar las ganas de probar un par de perdices. Abrazos!!!
🙂 De vez en cuando viene bien reírse, aunque sea a causa de un malentendido.
Me alegra haber dado un poco de luz a este martes un poco sombrío 😉
Genial! El monaguillo y el cuento 🙂 Feliz martes 🙂
🙂 ¡Feliz martes, Toni! Gracias por no faltar a la cita.
:-), jajaja. Muy bueno!!! y que requetebuenas estarían las perdices…
Si estarían buenas, que hasta los ángeles querían comerlas 😀 😀 😀 😀
Parece un cuento sacado del Lazarillo de Tormes. Lo que no me explico es cómo el rector siguió en el cargo tras ese día, je, je, je.
Un abrazo enorme.
😀 😀 😀 😀 Pues fíjate que este Rector existió de verdad y no solo siguió en su cargo, sino que fue secretario del obispo de Girona. Eso sí, no sé yo si se trataba del mismo 😀 😀 😀
Un cuento muy jocoso y picaresco. El niño se las sabía todas.
😀 😀 😀 El hambre agudiza el ingenio, como en el Lazarillo de Tormes 😉
Me lo ha recordado, pero sin desgracias para el pícaro. Este monaguillo tuvo más suerte.
La verdad es que el pobre Lazarillo las pasa canutas. ¡Ni de lejos vive tan bien como el monaguillo de este cuento!
Con el ingenio tapas lo que él hambre despierta jahahags
Besos Nona
😀 😀 😀 😀 Ya me gustaría a mí en según qué ocasiones tener una respuesta tan rápida como la del niño… ¡será que como demasiado y el cerebro me va lento! 😀 😀 😀 😀
La picaresca siempre le viene bien a los cuentos.
Sin duda. La risa y el ingenio nunca cansan. ¡Un abrazo, Jerby!
Aroma de Novelas Ejemplares trae la lectura de este cuento.
Sacristán no, pero monaguillo sí que fui en mi niñez. Recordar cómo alguno de mis compañeros y yo, cuando estábamos de retén mientras el resto estaba ayudando al cura en una de las misas, nos comíamos las obleas a modo de tentempié, me acerca al monaguillo de Vallfogona.
Salud y cuentos, MdC
🙂 Muy medieval ha salido, como el personaje en el que se inspira, que de verdad vivió en esa época.
Yo también, durante una época, ayudé en misa y las obleas sufrían un descalabro importante 😀 😀 😀 ¡Qué ricas!
Feliz semana.