
Ilustración: AlectorFencer
En una espesa selva vivía un lobo feroz. Un día, mientras intentaba cazar algo para comer, topó con un árbol de cuyas extrañas hojas rojas se desprendía un tenue resplandor. Curioso, se acercó más a él para observarlo mejor y fue entonces cuando oyó que el árbol hablaba.
El lobo se asustó y exclamó:
—Hasta hoy, jamás me había encontrado con algo tan maravilloso como un árbol parlante.
Tan pronto hubo pronunciado esas palabras, alguna cosa que no pudo ver lo golpeó y lo dejó inconsciente. No supo cuánto tiempo permaneció tendido a los pies del misterioso árbol, pero al despertar estaba demasiado asustado para pensar en otra cosa que en huir, así que se levantó de inmediato y no paró de correr hasta llegar a su casa.
El lobo estuvo meditando largo rato acerca de lo que le había ocurrido y se dio cuenta de que podría usar el árbol en beneficio propio. Volvió a salir de casa y fue paseando en busca de su vecino el antílope. Cuando dio con él, le contó la historia del árbol que hablaba, pero el antílope no creyó nada de lo que le contaba.
—Si no me crees, ven y tú mismo podrás verlo —propuso el lobo—, pero debes tener cuidado. Cuando estés delante del árbol asegúrate de decir estas palabras: «Hasta hoy, jamás me había encontrado con algo tan maravilloso como un árbol parlante». Si cuando estés ante él no pronuncias esta frase, morirás.
El lobo y el antílope se dirigieron hacia el lugar en el que estaba el árbol que hablaba y una vez ante él, el antílope dijo:
—Has dicho la verdad, lobo, hasta hoy, jamás me había encontrado con algo tan maravilloso como un árbol parlante.
Tan pronto dijo esto, alguna cosa lo golpeó y lo dejó inconsciente. El lobo cargó con él a su espalda y se lo llevó a su casa para comérselo. «Este árbol que habla solucionará todos mis problemas —pensó el lobo—. Si soy listo, nunca más volveré a pasar hambre».
Al día siguiente, el lobo paseaba como de costumbre cuando topó de frente con una tortuga. Le contó la misma historia que le había contado al antílope y la llevó hasta el lugar en el que estaba el árbol parlante. La tortuga se sorprendió mucho al oírlo hablar:
—No creí que esto fuera posible —dijo—, hasta hoy, jamás me había encontrado con algo tan maravilloso como un árbol parlante.
Inmediatamente fue golpeada por algo que no pudo ver y se desvaneció. El lobo la arrastró hasta su casa y la puso en una olla para hacer con ella una deliciosa sopa.
El lobo estaba orgulloso de sí mismo. Después del antílope y la tortuga dio cuenta de un cuervo, de un jabalí, y de un ciervo. ¡En su vida había comido mejor! Ahora usaba siempre la misma estrategia: contaba a sus presas la misma historia y les decía que debían pronunciar ante el árbol la fatídica frase y que si no la decían, morirían. Todos hacían lo que el lobo les decía y todos quedaban inconscientes. Luego el lobo cargaba con ellos hasta su casa. ¡Era un plan perfecto!, era simple e infalible, y él agradecía a los dioses de la selva haber puesto en su camino aquel árbol. Esperaba seguir comiendo como un rey el resto de su vida.
Un día, que se sentía hambriento salió a pasear en busca de una nueva víctima. Esta vez se tropezó con una liebre y el lobo le dijo:
—Hermana liebre, tengo un secreto que es probable que no lo conocieran ni tus antepasados.
—¿Y cuál es ese secreto, hermano lobo? —preguntó curiosa la liebre.
—En esta selva hay un árbol que habla —susurró el lobo.
Y, acto seguido, le contó a la liebre la misma historia de siempre y se ofreció a acompañarla a ver el árbol parlante. La liebre aceptó y fueron juntos hasta el lugar. Cuando ya estaban cerca del árbol el lobo le recordó:
—No olvides decirle al árbol lo que te he dicho.
—¿Qué debo decirle? —preguntó la liebre.
—La frase que debes pronunciar cuando estés en su presencia si no quiere morir —contestó el lobo.
—¡Ah!, sí —dijo la liebre.
Y empezó a hablar con el árbol.
—¡Oh!, gran árbol, ¡oh!, gran árbol —recitó—. ¡Oh! árbol majestuoso y…
—No, eso no es lo que has de decir —la cortó el lobo.
—Perdona —se excusó la liebre. Y volvió a recitar—. Árbol, ¡oh!, árbol, hasta hoy, jamás me había encontrado con algo tan maravilloso como un árbol raro.
—¡No, no y no! —se impacientó el lobo— no «un árbol raro», sino «un árbol parlante». Lo que tienes que decir es: «Hasta hoy, jamás me había encontrado con algo tan maravilloso como un árbol parlante».
Tan pronto como hubo dicho estas palabras, el lobo cayó inconsciente. La liebre se alejó despacio, girándose, de cuando en cuando, para observar aquel extraño árbol rojo y al lobo tendido bajo él. Luego sonrió:
—Así que este era su plan, señor lobo. Usted se pensó que esta liebre era boba y que hoy sería su comida.
La liebre puso tierra por medio y en su camino fue contando a todos los animales de la selva el secreto del árbol rojo que hablaba. El plan del lobo quedó al descubierto, y el árbol, sin poder herir a nadie más, continuó hablando solo.
FIN
Al final, la liebre hizo de zorra, y el lobo hizo de lobo. Besitos!
Es lo que tiene ser lobo y, además, creerse el más listo del lugar 😉
Recuerdo algunos árboles que protagonizaban los cuentos.
Aquí deje este otro título:
«Porqué el pino, el abeto y el enebro conservan sus hojas en invierno»
¡Saludos!
Cierto, Manuel 🙂 De este cuento de Florence Holbrook hicimos una versión hace un tiempo que titulamos «El pajarito» y que te invitamos a leer.
¡Muchísimas gracias por tu aportación! Nos encanta descubrir cuentos nuevos.
Un gran abrazo.
Si es que ya lo digo yo que a veces es mejor hacerse el tonto para no ser engañado por los que se creen muy listos.
Al final, el cazador cazado.
Muchos besos.
Es una buena estrategia hacerse el tonto en algunas ocasiones; te ahorras problemas y dejas en evidencia la tontería ajena 😉
¡Un abrazo de luna, Qamar!
Martes, lo que hace el ansia o el hambre. Algunos, por pasarse de listos, caen en su propia trampa.
Besitos
Cierto, Ratonet. En la vida debemos andar con un poco de modestia (sin caer en la falsa modestia, claro) y tener presente que siempre habrá alguien en el mundo que nos supere en lo que consideremos que hacemos mejor que nadie 😉
¡Un gran abrazo!
Sobre eso tengo una entrada programada, para no sé cuándo, je je je.
😀 😀 😀 😀 Esperándote estoy a la la luz del candil, ¡como la bruja de la cancioncilla! 😉
¿Cuántos cuentos existirán del lobo malo? Y por supuesto ¿de la liebre astuta?
Y ¿Cuántos que se refieran a un lobo bueno? Son preguntas que lanzo al aire por si alguien sabe de alguna historia de lobos buenos.
Gracias, Nona, porque a pesar de todo, el cuento es muy bueno. Un abrazo muy fuerte.
😀 😀 😀 Creo que serían incontables. Pero no te olvides que algunos autores han ido contracorriente. ¡Recuerda el poema de Goytisolo!:
EL LOBITO BUENO
Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban
todos los corderos.
Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado.
Todas estas cosas
había una vez.
Cuando yo soñaba
un mundo al revés.
Isabel, me has recordado que tengo algo de este tema a medias… Ay, si es que no se puede con tantas cosas para adelante… Yo pienso igual que tú…
Hay lobos y lobos, ¿verdad, Óscar? Siempre hay dos versiones en las historias 😉
que lobo listillo, al final encuentra una competidora mejor ….feliz martes
No hay nada peor que creerse el más sabio del mundo; sueles meter la pata como lo hizo el lobo al pronunciar la frase 😉
¡Un beso, Amparo!
Otro estupendo cuento 🙂 La liebre era muy astuta 🙂
Feliz martes 🙂
Casi siempre son astutas las liebres, aunque, a veces, son un poco exageradas 😀 😀 😀
Hola corazón, hermoso cuento popular
Muchas gracias , lo comparto en facebook
¡Querida Edda! Siempre es un placer tenerte por aquí. ¡Gracias por hacer volar los cuentos del martes!
Un gran abrazo.
La liebre era muy lista
¡Mucho! 😀 😀