
Ilustración: Leonid Afrémov
Había una vez un rey grande, en un país chiquito. En el país chiquito vivían hombres, mujeres y niños. Pero el rey nunca hablaba con ellos, solamente les ordenaba. Y como no hablaba con ellos, no sabía lo que querían; y si por casualidad lo sabía, no le interesaba.
El rey grande del país chiquito ordenaba, solamente ordenaba: ordenaba esto, aquello y lo de más allá, que hablaran o que no hablaran, que hicieran así o que hicieran asá.
Tantas órdenes dio, que un día no tuvo más cosas para ordenar.
Entonces se encerró en su castillo y pensó, hasta que se decidió: «Ordenare que todos pinten sus casas de gris».
Y todos pintaron sus casas de gris.
Todos menos uno; uno que estaba sentado mirando el cielo y vio pasar una paloma roja, azul y blanca.
—¡Oh, qué linda! —dijo maravillado— ¡Pintaré mi casa de rojo, azul y blanco!
Y la pintó nomás.
Cuando el rey miró desde su torre y vio entre las casas grises una roja, azul y blanca, se cayó de espaldas una vez, pero enseguida se levantó y ordenó a sus guardias:
—¡Traigan inmediatamente a uno que pintó su casa de rojo, azul y blanco!
Los guardias aprontaron sus ojos para verlo todo, sus orejas para oír y se marcharon.
Pero mientras llegaban a la casa de «uno», otro que viva en la casa vecina dijo:
—Qué linda casa; yo también pintaré la mía así.
Y la pintó nomás.
Entonces cuando los guardias llegaron, no supieron cuál era la casa de uno y cuál la casa de otro, así que regresaron al castillo y hablaron con el rey.
—¡No puede ser! —dijo el rey, y miró desde la torre. Al ver lo que vio, se cayó de espaldas dos veces, pero enseguida se levantó. Y ordenó a sus guardias—: ¡Me traen a uno y a otro, ¡inmediatamente!
Pero ya un tercero había visto las dos casas de rojo, azul y blanco y en un instante pintó la suya.
Los guardias no tuvieron más remedio que regresar y preguntarle al rey:
—¿Qué hacemos, traemos a uno, a otro y a otro?
Entonces el rey se cayó de espaldas tres veces, y los guardias tuvieron que ayudarlo a levantarse.
—¡Traen a los tres! —dijo en cuanto estuvo levantado.
Pero cuando los guardias bajaron, no había tres casas pintadas, había 333.333.
—Bueno —dijeron los guardias cuando terminaron de contarlas—, se lo diremos al rey.
Y el rey se cayó de espaldas una vez, dos, cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro y ciento veintiocho veces.
Mientras se caía y lo levantaban, el rey ordenaba.
—¡Que me traigan todo lo que sea rojo, azul y blanco!
Los guardias bajaron ligerito.
En la ciudad había 333.333 casas rojas, azules y blancas, y las aceras eran rojas, azules y blancas, y los perros metían las colas en los tachos de pintura y luego se sacudían al lado de los árboles, los jinetes con sus ropas recién pintadas subían a los caballos y los caballos al galopar dejaban los caminos pintados; y las palomas mojaban sus patitas en los charcos de pintura que brillaban al sol, luego volaban a los palomares, y los palomeros pintaban las alas de las palomas así que cuando estas volaban por el cielo parecían barriles de colores: y todos las miraban y se sentían muy contentos.
Todo era rojo, azul y blanco.
Todo menos el rey, sus guardias y el castillo.
—¡Todo aquel que sea rojo, azul y banco debe marchar inmediatamente al castillo! ¡El rey lo ordena! —dijeron los guardias.
Y todos hombres, mujeres, niños, ancianos, caballos, perros y pájaros, gatos y palomas, todos los que podían marchar, llegaron al castillo. Eran tantos, tantos, y estaban tan entusiasmados, que al momento el castillo, las murallas, los fosos, los estandartes, las banderas, quedaron de color rojo azul y blanco. Y los guardias también.
Entonces el rey se cayó de espaldas una sola vez, pero tan fuerte que no se levantó más.
El rey de la comarca vecina, al mirar desde lo alto de su torre dijo:
—Algo ha sucedido, el rey del país chiquito ha cambiado el color de sus estandartes, enviaré a mis emisarios para que averigüen lo que ha sucedido.
—¿Qué ha sucedido?, ¿qué ha sucedido? —preguntaron los emisarios, cuando estuvieron en presencia del rey.
Pero el rey grande del país chiquito estaba tan caído, que ni siquiera podía contestar.
Entonces «unoۚ» dijo:
—Resulta que yo estaba en la puerta de mi casa, tomando el fresco, mirando el cielo, y vi pasar una paloma roja, azul y blanca, y entonces…
Y siguió contando todo lo que había sucedido.
—Pondremos sobre aviso a nuestro rey —dijeron los emisarios del país vecino, no vaya a ser que le pase lo mismo.
Y marcharon al galope.
Claro que los caballos llevaban ya sus patas pintadas, y mientras galopaban, pintaban los caminos de rojo, azul y blanco…
Pero fueron las palomas, las que primero llegaron a la comarca del rey vecino.
Y uno que estaba sentado en la puerta de su casa tomando el fresco, las vio y dijo:
—¡Oh, qué lindo!, pintaré mi casa de rojo, azul y blanco.
Y la pintó nomás y, como pueden ustedes imaginar, este cuento que acá termina por otro lado vuelve a empezar.
FIN
Llevo contando el cuento un rato, vamos por cuarenta pueblos y no parece que esto tenga fin… Muy bonito el cuento. Besitos
Ja, ja, ja, ja, eso ter pasa por ser tan buen narrador. Ya te imagino, muerto de sueño, contando el cuento en bucle.
Un abrazo, Óscar.
Maravillosa Martes :que cuento tan divertido, magico, lleno de color!!!
Es precioso. Su autora, Beatriz Doumerc, tenía el don de la escritura. Muy recomendables todos sus escritos.
Un abrazo grande, Edda.
Viva los colores, la vida de color és mucho mejor… Buen cuento pará un día gris y lluvioso… Felizzzzz semana
A pesar de que los colores son hermosos, los días grises de lluvia también tienen su encanto
Un abrazo cuentero.
Los colores se extienden por doquier!!! 🙂
Gracias por otro martes 🙂
Ojalá esos colores invadan el mundo.
Gracias por no faltar a la cita.
Un gran abrazo.
El mundo gira y gira y la historia se repite Esta es muy divertida. Ojalá todos los problemas del mundo se solucionaran pintando las casas de colorines ¡El mundo ideal! Feliz semana cuenteros
Poner colores a la vida no lo soluciona todo, pero nos sube el ánimo y parece que todo mejora
Un abrazo de cuento. Feliz semana.