
Ilustración: shinga
Un día de verano, harta de vivir en su aldea, Briseida decidió recorrer mundo para probar de cambiar su suerte.
Anduvo durante tres días y el anochecer del tercero la sorprendió mientras caminaba por un sendero que atravesaba un espeso bosque. Para no extraviarse, decidió encender una fogata y esperar a que amaneciera para reemprender su viaje.
No muy lejos de allí, tenía su guarida un ladrón que, al ver la hoguera, se acercó y le preguntó a la muchacha si estaba sola, de dónde venía y adónde se dirigía.
Contenta por la compañía y sin desconfiar de aquel desconocido, Briseida lo invitó a compartir cena y conversación pero, en un momento de descuido, el bandido le robó lo poco que poseía y aunque ella lo persiguió, no pudo darle alcance.
Se quedó Briseida perdida en la espesura, desorientada, sin pertenencias y, muy triste, decidió encaramarse a un árbol para pasar la noche alejada de más peligros.
Ya estaba a punto de quedarse dormida sobre una de las gruesas ramas, cuando un lobo, un león y un toro se reunieron al pie del añoso nogal en el que estaba Briseida y empezaron a hablar:
—¡Qué alegría reencontrarnos después de un año! ¡Contémonos nuestros secretos!
—Amigo lobo, ¿qué novedades hay? —preguntó el toro.
—Poca cosa. Este año he estado en el país en el que todos son ciegos, y un tuerto es el rey. Si supieran que solo con frotarse los ojos con las hojas de este árbol recobrarían la vista… ¡imaginad lo que darían por ello!
Después habló el león y le preguntó al toro:
—Y tú, ¿qué cuentas de nuevo?
—Pues yo he pasado el año en aquel país que sufre una terrible sequía desde hace décadas. Sus habitantes no saben que solo con hacer un corte en el tronco del árbol que hay en la plaza mayor, el agua brotaría a raudales.
—Y tú, león, ¿qué nos cuentas?
—Yo he pasado el año en mi país, y allí la hija del rey se muere, porque nadie sabe que se salvaría si la envolvieran con la manta que esconde dentro de un cofre un enano que vive en lo más profundo de la gruta de la montaña de las Precauciones, a la que solo se puede acceder diciendo tres veces en voz alta: “¡Abracadabra!”
Se despidieron, no sin antes acordar que justo al cabo de un año se volverían a reunir los tres en aquel mismo lugar.
Briseida, muy contenta con toda la información obtenida, bajó del árbol y después de llenarse los bolsillos de hojas de nogal, se encaminó hacia el país de los ciegos.
Al llegar allí, se puso a vender hojas para curar la ceguera y pronto reunió una gran cantidad de monedas de oro.
Después, se dirigió al país azotado por la sequía e hizo brotar agua del árbol que había en la plaza mayor haciendo un corte en su tronco. Los habitantes, muy agradecidos, la colmaron de piedras preciosas y perlas.
Con todas las riquezas obtenidas, viajó al país del león y allí ofreció al rey salvar la vida de la princesa. El monarca le prometió que la nombraría Consejera del reino y la colmaría de incontables bienes si tenía éxito en la empresa.
Briseida salvó a la princesa y el rey no solo cumplió su promesa, sino que, además, como las dos chicas se habían enamorado, ordenó celebrar una fastuosa boda que duró varios días, a la que fueron invitados los reyes y reinas de todos los países vecinos.
Un día, al salir del palacio real, Briseida vio a un mendigo y se acercó a él:
—¡Pero si tú eres el ladrón del bosque!, ¿no me reconoces? Soy yo, Briseida, aquella chica a la que robaste. Ven conmigo y te contaré lo que me ha ocurrido desde entonces, porque con tu mala acción cambiaste por completo mi suerte.
Briseida le refirió toda la historia y le dijo que, precisamente, aquel día hacía justo un año de su encuentro. Al despedirse, le regaló una bolsa llena de monedas de oro para que dejara de robar, pudiera establecerse en algún lugar y llevara una vida honrada. Pero el randa, envidioso de la suerte de la chica, se dirigió al bosque donde, un año antes, Briseida había vivido su aventura y se encaramó al mismo árbol.
No tardaron en llegar los tres animales.
El león dijo:
—Amigos, hoy hace justo un año alguien oyó nuestra conversación encaramado a este árbol. Comprobemos si ha vuelto para darle su merecido.
Al levantar los ojos, descubrieron al ladrón que, temblando y muy asustado, empezó a gritar:
—¡No fui yo, no fui yo! ¡Fue Briseida! ¡La encontraréis en el país del león, vive allí y se ha casado con la princesa!
Sin escuchar sus palabras, el toro embistió el árbol y el ladrón cayó de cabeza al suelo, donde lloró, pataleó y suplicó tanto que los animales, finalmente, hartos de oír sus gritos y lamentos, dejaron que se marchara.
Corriendo, muerto de miedo y arrepentido de todas sus fechorías, regresó a su pueblo y allí, con las monedas que le había regalado Briseida, abrió un taller y ahora es zapatero. Desde entonces, tanto Briseida como la princesa le encargan a él todos sus zapatos.
FIN