
Ilustración: badusev
Un luminoso domingo de verano, muy de mañana tres amigos decidieron hacer una excursión y subir a una alta montaña cercana al lugar donde vivían. Se calzaron sus botas, se colgaron a la espalda sus mochilas cargadas con provisiones y emprendieron la marcha.
Cada uno de los tres tenía un motivo para pasear. El primero quería estudiar la flora del lugar; el segundo deseaba observar las aves que por aquellos parajes habitaban; y el tercero anhelaba bañarse en las cristalinas aguas del lago que había en la cima.
Una vez arriba, cada uno se dedicó a lo que más le gustaba.
—¡Qué maravilla de flores!
—¡Observad, amigos, esa majestuosa águila!
—¡Estas frescas aguas son mágicas!
Pasaron la mañana incansablemente dedicados a sus actividades y cuando ya se disponían a descansar y comer, vieron, no muy lejos de donde estaban, a un hombre que miraba hacia el horizonte. Estaba solo, inmóvil, sentado sobre una gran roca.
Los tres amigos se miraron y se preguntaron «¿Qué hará allí?». Y, a continuación, cada uno expuso su teoría:
—Está claro. Ese hombre se ha perdido y está esperando a orientarse o a que alguien pase para preguntarle cuál es el camino que debe seguir —dijo el primero de los amigos.
—No. Más bien me parece a mí que durante la subida se ha cansado o se ha hecho daño y ahora está sentado esperando a reponerse —dijo el segundo.
—Pues yo, lo que creo, es que los dos estáis equivocados —repuso el tercero—. Está claro que es más rápido que sus acompañantes y como ha llegado el primero a la cima, ahora está esperando a que llegue el resto del grupo.
Iniciaron los tres una discusión, defendiendo cada uno su hipótesis y se fueron acalorando, cada uno de ellos empeñado en la veracidad de su versión.
Por fin, para saciar su curiosidad, decidieron acercarse hasta el lugar en el que estaba el hombre y salir de dudas.
Habló el primer amigo:
—Buenos días, ¿te has perdido?
—No —repuso el desconocido.
Los otros dos se miraron con una sonrisa.
—¿Estás cansado o te has hecho daño? —preguntó el segundo
—No.
El tercer amigo, seguro de tener razón, finalizó diciendo con orgullo:
—Tú estás esperando a alguien, ¿verdad?
—No.
Desconcertados, los tres amigos se miraron entre ellos y preguntaron al unísono:
—Entonces, ¿qué haces aquí?
Y el desconocido repuso apaciblemente:
—Simplemente estoy.
FIN