
Ilustración: Roberto del Real
Había una vez un vendedor de sombreros que vivía en un pueblo muy lejano. Allí tenía una tienda en la que trabajaba fabricando sombreros de todo tipo: sombreros de paja, de fieltro y de telas de muchos colores, sombreros para fiestas y bodas, bautizos y funerales; sombreros para la lluvia y el sol.
Pero no le iba muy bien, pues todos en el pueblo ya tenían sombrero, no usaban sombrero, o simplemente no tenían dinero para comprarse uno.
Un día, cuando había terminado de hacer un buen montón de hermosos sombreros, decidió ir a venderlos a los pueblos vecinos.
Los echó todos en una canasta, tomó su viejo sombrero de paja y su bastón, y salió muy temprano anunciando:
—¡Vendo sombreros! ¡Vendo hermosos sombreros!
El vendedor caminó varias horas, y atravesó bosques y ríos, hasta que llegó a una pradera.
Luego se sentó cerca de unos árboles y abrió la canasta para contemplar sus sombreros. «Están todos tan bien hechos, y se ven tan elegantes. ¿Cómo no me van a comprar algunos?» pensaba el hombre, Luego, como estaba un poco cansado, decidió dormir una siestecita.
Después de unas horas, despertó y quiso continuar con su camino, pero cuál no fue su sorpresa cuando descubrió que la canasta estaba vacía y los sombreros ya no estaban dentro. ¡Todos los sombreros habían desaparecido!
El hombre estaba muy enojado y ya estaba pensando en volver cuando, de pronto, vio algo que lo dejó con la boca abierta: allí, en las ramas de los árboles había muchos monos y todos ellos llevaban puesto ¡UN SOMBRERO!
El hombre no sabía si reír o llorar. Entonces se puso a gritar con todas sus fuerzas:
—¡Monos, devuélvanme mis sombreros! ¡Son míos!
Y el hombre les hacía gestos para que le devolvieran sus sombreros,
Los monos se reían mucho de él y saltaban de rama en rama imitando todos los gestos del hombre.
El vendedor levantaba los brazos y los monos hacían lo mismo.
El vendedor pateaba sobre el suelo y los monos hacían lo mismo.
El vendedor les sacaba la lengua y los monos hacían lo mismo.
Cansado el hombre gritó por última vez:
—¡Ladrones! ¡Son unos ladrones! ¡Devuélvanme mis sombreros! —Y luego con desesperación tomó su viejo sombrero de paja y lo lanzó al suelo—.¡Tomen, también pueden llevárselo!
Y en esto que no termina de decirlo, los monos, imitándolo, tiraron también los sombreros al suelo.
El vendedor, sin pensarlo dos veces, corrió y rápidamente los recogió.
Los puso todos dentro de la canasta: los sombreros de paja, de fieltro y de telas de muchos colores, sombreros para fiestas y bodas, bautizos y funerales; sombreros para la lluvia y el sol y se fue anunciando:
—¡Vendo sombreros! ¡Vendo hermosos sombreros!
Luego apuró el paso y se dirigió al pueblo más cercano.
Dicen por allí que aquella tarde los vendió todos. Todos, todos y aunque alguien quiso comprarle su viejo sombrero de paja, él dijo que no.
FIN